Te despiertas en una cama
que no es la tuya. Es la cama del Guapo. Te despiertas de madrugada,
te vistes y te vas. Para dormir como en tu casa y no estar en tu
casa, para eso duermes en tu casa y, así, al menos, puedes tirarte
todos los pedos que quieras. Porque el Guapo es tan alemán que no
duerme abrazado y tiene su propio edredón por si un caso se te
ocurriera hacerlo a ti y entonces lo tuvieras tan difícil que te
diera pereza y lo dejaras estar. Maldito alemán. Por eso mismo te
levantas, te vistes y te largas. Total, el BusNit berlinés te
deja cerca de casa.
Llevas mucho tiempo sin
saber nada del chico berlinés. Y, aunque sea un pitufo, blancucho,
excéntrico y adore los rabos tanto como tú, le echas de menos.
Follar con el Guapo se ha convertido en algo mecánico. Mientras lo
haces, tienes la cabeza en muchos sitios. Y ninguno de ellos es él.
Te obligas a volver a la tierra para contemplar a ese metro noventa
de músculo alemán. A ese pedazo de rubio que ahora se mueve a tu
antojo debajo de ti. Pero nada. Al poco rato vuelves a pensar en
nada. Porque, ¿en qué piensas? No piensas en nada, simplemente
follas como por inercia. Como quien camina una ruta conocida. Como
quien trabaja todo el rato haciendo lo mismo. Como los turcos que
cortan la carne del kebab con el cuchillo: follas por automatismo.
Digamos que no tienes apetito sexual con el Guapo. Y no porque el
chico sea feo, que no lo es. Para nada en absoluto. Simplemente
sucede que el apetito sexual se ha marchado. Tienes la libido por los
suelos. Desde que estás en Berlín, a decir verdad, has dejado de
sentir las típicas ganas que uno tiene normalmente antes de
practicar el acto sexual. Ese mareo, esa borrachera. Esa mirada
embriagada de sexo que uno o una normalmente tiene en los momentos
previos. Nada. Aquí eso no existe. Con tus amigos, tienes la teoría
de que es la propia ciudad que, de alguna manera, hace bajar la
libido a las personas. Porque a ellos también les pasa. El ambiente
es tan seco, que por secar ha secado hasta a tu vagina.
Jum...
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cosas que pasan cuando se confunden los diferentes tipos de amor, o quien es la gacela i quien el leon.
ResponderEliminarMuy buena historia, felicidades.
acabo de pasar por eso mismo y no podía sentirme más correspondida, he visto ahora desde fuera, y por escrito, lo que he vivido últimamente y a lo que no podía ponerle nombre. es una put*** pero es así, lo del trampolín, y lo de sentirse así. espero que esto me sirva para la próxima. me encanta cómo escribes ;)
ResponderEliminar¡¡GRACIAS!! Hay que aprender de cada situación y no recaer en los mismos errores :p ¡Suerte!
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