21. Conflicto amoroso.

El GPS del movil de tu amigo dice que hay que atravesar el bosque. La línea azul que simula el itinerario hasta el festival lo dibuja bien claro.

Tú: A ver, no puede ser. No puede ser que tengamos que atravesar el bosque.

Tu amigo: Bueno, ¿ves alguna otra calle por aquí?

Y es cierto. La calle se acaba. El único desvío es esta pequeña y oscura entrada hacia un camino mucho más pequeño y oscuro entre un montón de árboles malvados.

Tú: No puedo hacer esto. No puedo. Me voy a cagar del miedo. En serio.

Tu amigo: (reprimiendo las risas) que no pasa nada, ya verás. Si somos tres. Y estamos en Berlín. Aquí no pasa nada. Además, tenemos móviles.

Pero en esta ocasión los móviles solamente tienen una función y es la de alumbrar el camino. Regattastrasse está más lejos y escondida de lo que creías. No hay ni una puñetera luz alrededor. Decir que está todo a oscuras es demasiado poco. La gran masa de árboles os espera. El estrecho camino cuesta abajo está lleno de baches, piedras, árboles y arbustos que tenéis que ir esquivando. No sabéis cómo ni por qué vais eligiendo un desvío u otro en las diferentes bifurcaciones con las que os vais encontrando. Porque esos pequeños cambios en el camino el GPS no los contempla. Para él es todo una línea recta.

Durante el lúgubre paseo, una chica en bicicleta os pasa por el lado. Chillas del susto. Y ella se disculpa. ¿P...Per...Pero cómo puede ser posible que vaya sola por este sitio? ¿A estas horas? ¿A oscuras? Sencillamente, los berlineses están hechos de otra manera.

Tú: ¿Estáis seguros de que este es el camino que tenemos que coger? ¿No te habrá pinchado el móvil un serialkiller y simplemente estamos yendo hacia la boca del lobo? ¡No puede ser que un festival esté tan escondidoooo! ¿Y si vas borracho? ¿O en silla de ruedas? ¿Cómo coño lo haces para llegar?

Tus amigos simplemente pasan de ti. Te dejan sola con el monólogo. Y después de un largo rato, por fin, por fin, por fin, llegáis a Regattastrasse. Hay gente caminando por la calle. Menos mal. Todavía os quedan unos cien números por caminar pero, a pesar de la distancia, ya se puede escuchar el chumchum del techno.

Cuando llegáis a la entrada de la Funkhaus Grünau, unos chicos muy amables os reciben y os ponen una pulserita de estrellas en la muñeca, a cambio de diez euros. Con esta alhaja de plástico ya tenéis libre acceso hasta el domingo por la noche. La mayoría de sitios rave o discotecas en Berlín parecen mataderos o casas malditas. Todo está como destrozado por dentro y lleno de graffitis. Aquí lo de la fiesta tipo pija y rica no se lleva nada. Y eso es algo que te encanta porque no eres ni pija, ni rica. Qué suerte... o qué putada, depende de cómo lo mires, claro... Paseáis por los diferentes pasillos de la Funkhaus. muchas personas salen y entran de golpe en los lavabos. Otras simplemente están por ahí pululando como zombies. Menos mal que Berlín es una ciudad segura dentro de lo que cabe. Con tanta droga y tanto drogado, caminar por las calles oscuras y desiertas a ciertas horas de la madrugada (por no decir, atravesar un jodido bosque) sería un suicidio directo.

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