20. Sin sentimientos.

19:00h

Ring Ring...

Tú: Hallo?
Chico Berlinés: Hey, qué tal?
Tú: Hey, bien... ¿Y tú?
Chico Berlinés: Bien, acabo de salir de trabajar. Estoy llegando a Berlín...
Tú: Ah...
Chico Berlinés: Nada, era para saber si nos vemos esta noche... En mi casa.
Tú: Ah... ¿A qué hora?
Chico Berlinés: Bueno, sobre las doce o una.
Tú: Mmm...

(Silencio)

Tú: ¿Puedo llamarte más tarde?
Chico Berlinés: Mmm.. ¡Claro!
Tú: Ok. Ciao.

22:00h

Marchas hacia la cocina confundida. Te preparas un Capuccino y espolvoreas encima de la leche espumada el Colacao que te trajiste en tu maleta directamente desde Barcelona. Hacía muchísimo tiempo que no preparabas tú misma un Capuccino. La última vez la recuerdas perfectamente. A decir verdad, el Capuccino es lo único que te une directamente a Él. Intentas pensar qué otras cosas. Pero no mucho más. Cierto es, a Él sólo te unen ciertos y pocos momentos. ¡Ah! ¿Por quééééé? No pensabas en Él desde el suceso del sueco en la discoteca. Estabas muy feliz con todos tus ligues. Y hasta ahora estabas muy feliz y relajada con el chico berlinés. Habías dejado de lado al precioso pero aburrido rubio hippie sólo por el excéntrico alemancito del este. Pero con su llamada te acabas de dar cuenta de que él solamente te quiere para follar. Por eso mismo te has quedado en silencio antes de responder: eran las siete de la tarde y él te llamaba para quedar pasada la medianoche. Por una parte no está mal, se acordaba de que teníais una minicita. Tú le dijiste la semana pasada de quedar precisamente hoy. Y desde aquel día no habíais vuelto a hablar. Y él te ha llamado. Es decir, ha cumplido. ¿Qué más quieres? Pero, por otra parte, la forma en la que ha formulado la pregunta... tan contento, tan seguro de sí mismo, tan jodidamente seguro de que te tiene ahí para eso... te ha hecho retroceder.

Unas horas después de la llamada, vuelves a casa. Durante el camino en bicicleta, piensas en parar en algún momento para llamarle. Pero es que no tienes nada que decirle. No te apetece quedar con él. No de la manera que él quiere. No como se supone que tiene que ser: sin sentimientos. Ya no te apetece estar con alguien por estar. Siempre te pasa lo mismo. Al principio no, pero luego te vas enamorando poco a poco porque no puedes estar con alguien porque sí. Te aburres. Así que te vas encariñando de pequeños trozos de su cuerpo. Es una forma de apego enfermiza. Porque luego, cuando todo acaba, no echas de menos a esa persona, sino que echas de menos su mano, su olor, el color de su pelo, el acento de su voz... Te parece que ya empiezas a echar de menos los rizos castaños de su larga cabellera o sus manos demasiado grandes en comparación con el tamaño de su cuerpo; las venas de sus brazos; su suave, blanco, pequeño y precioso culito... ¡Ahh! Decides llamarle en cuanto llegues a casa. Y cuando detienes la marcha en tu portal, sacas el teléfono y ¡oh!, tienes un mensaje.

Chico berlinés: Hey, me dio la impresión de que te enfadaste porque pensaste que sólo te quiero para follar y que el resto no importa. No es eso, simplemente te llamé porque pensaba que teníamos una cita. Sin sentimientos, por favor. Mejor hablamos luego o mañana.

¿Sin sentimientos, por favor? La sonrisa se te borra de la cara. Los ojos se te llenan de lágrimas pero esta vez no vas a llorar. Agarras la bicicleta y la llevas hasta el patio interior. Subes las asquerosas cuatro plantas de escaleras que te separan de tu dulce hogar. Durante el camino piensas que llorar es lo peor que puedes hacer. Llorar es vaciarte de sentimientos y quedarte libre para que te vuelvan a hacer daño. Así que esta vez no vas a llorar y vas a empezar a construir una barrera emocional. Hoy es el principio de algo muy importante: tu independencia emocional.

(Tu voz interior dice: ¡¡¡PPPPffffff, jajajajajajaja!!!).

(Y tú le dices: ¡Cállate, zorra!)

Entras en tu habitación y te quitas la ropa. Hoy lo ordenas todo perfectamente. Nada de pantalones tirados por aquí, sujetador por allá. Hoy lo pones todo en su sitio. Así que cuando terminas de ordenarlo todo con una precisión casi enfermiza, te entra hambre de algo dulce. ¡Ahhh, dulceeee, algo dulce, por favoooorrr! Vas a la cocina, abres la despensa y ahí está: el Colacao.

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