19:00h
Ring Ring...
Tú: Hallo?
Chico Berlinés: Hey,
qué tal?
Tú: Hey, bien... ¿Y
tú?
Chico Berlinés: Bien,
acabo de salir de trabajar. Estoy llegando a Berlín...
Tú: Ah...
Chico Berlinés: Nada,
era para saber si nos vemos esta noche... En mi casa.
Tú: Ah... ¿A qué
hora?
Chico Berlinés: Bueno,
sobre las doce o una.
Tú: Mmm...
(Silencio)
Tú: ¿Puedo llamarte
más tarde?
Chico Berlinés: Mmm..
¡Claro!
Tú: Ok. Ciao.
22:00h
Marchas hacia la cocina
confundida. Te preparas un Capuccino y espolvoreas encima de la leche
espumada el Colacao que te trajiste en tu maleta directamente desde
Barcelona. Hacía muchísimo tiempo que no preparabas tú misma un
Capuccino. La última vez la recuerdas perfectamente. A decir verdad,
el Capuccino es lo único que te une directamente a Él. Intentas
pensar qué otras cosas. Pero no mucho más. Cierto es, a Él sólo
te unen ciertos y pocos momentos. ¡Ah! ¿Por quééééé? No
pensabas en Él desde el suceso del sueco en la discoteca. Estabas
muy feliz con todos tus ligues. Y hasta ahora estabas muy feliz y
relajada con el chico berlinés. Habías dejado de lado al precioso
pero aburrido rubio hippie sólo por el excéntrico alemancito del
este. Pero con su llamada te acabas de dar cuenta de que él
solamente te quiere para follar. Por eso mismo te has quedado en
silencio antes de responder: eran las siete de la tarde y él te
llamaba para quedar pasada la medianoche. Por una parte no está mal,
se acordaba de que teníais una minicita. Tú le dijiste la semana
pasada de quedar precisamente hoy. Y desde aquel día no habíais
vuelto a hablar. Y él te ha llamado. Es decir, ha cumplido. ¿Qué
más quieres? Pero, por otra parte, la forma en la que ha formulado
la pregunta... tan contento, tan seguro de sí mismo, tan jodidamente
seguro de que te tiene ahí para eso... te ha hecho retroceder.
Unas horas después de la
llamada, vuelves a casa. Durante el camino en bicicleta, piensas en
parar en algún momento para llamarle. Pero es que no tienes nada que decirle. No te apetece quedar con él. No de la manera que él
quiere. No como se supone que tiene que ser: sin sentimientos. Ya no
te apetece estar con alguien por estar. Siempre te pasa lo mismo. Al
principio no, pero luego te vas enamorando poco a poco porque no
puedes estar con alguien porque sí. Te aburres. Así que te vas
encariñando de pequeños trozos de su cuerpo. Es una forma de apego
enfermiza. Porque luego, cuando todo acaba, no echas de menos a esa
persona, sino que echas de menos su mano, su olor, el color de su
pelo, el acento de su voz... Te parece que ya empiezas a echar de
menos los rizos castaños de su larga cabellera o sus manos demasiado
grandes en comparación con el tamaño de su cuerpo; las venas de sus
brazos; su suave, blanco, pequeño y precioso culito... ¡Ahh!
Decides llamarle en cuanto llegues a casa. Y cuando detienes la
marcha en tu portal, sacas el teléfono y ¡oh!, tienes un mensaje.
Chico
berlinés: Hey, me dio la impresión de que te enfadaste
porque pensaste que sólo te quiero para follar y que el resto no
importa. No es eso, simplemente te llamé porque pensaba que teníamos
una cita. Sin sentimientos, por favor. Mejor hablamos luego o mañana.
¿Sin sentimientos, por
favor? La sonrisa se te borra de la cara. Los ojos se te llenan de
lágrimas pero esta vez no vas a llorar. Agarras la bicicleta y la
llevas hasta el patio interior. Subes las asquerosas cuatro plantas
de escaleras que te separan de tu dulce hogar. Durante el camino
piensas que llorar es lo peor que puedes hacer. Llorar es vaciarte de
sentimientos y quedarte libre para que te vuelvan a hacer daño. Así
que esta vez no vas a llorar y vas a empezar a construir una barrera
emocional. Hoy es el principio de algo muy importante: tu
independencia emocional.
(Tu voz interior dice:
¡¡¡PPPPffffff, jajajajajajaja!!!).
(Y tú le dices:
¡Cállate, zorra!)
Entras en tu habitación
y te quitas la ropa. Hoy lo ordenas todo perfectamente. Nada de
pantalones tirados por aquí, sujetador por allá. Hoy lo pones todo
en su sitio. Así que cuando terminas de ordenarlo todo con una
precisión casi enfermiza, te entra hambre de algo dulce. ¡Ahhh, dulceeee, algo dulce, por favoooorrr! Vas a la cocina, abres la
despensa y ahí está: el Colacao.
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