11. Con la cabeza en otro sitio.

Pongamos que encuentras al amor de tu vida. Lo encuentras en una discoteca (si es que en una discoteca se puede encontrar... pero vamos a poner que sí, que se puede). Pongamos que es un chico apuesto, guapo, alto, rubio, ojos azules, sueco pero que vive en Viena, buen trabajo, habla muchos idiomas entre ellos el español con acento colombiano. Así que genial, ningún tipo de barrera lingüística. Pongamos que se ha estado fijando en ti desde el primer momento en el que te ha visto. Te empieza a dar detalles de lo que estabas haciendo o dejando de hacer en el minuto x del bar y. Con lo que tú acabas creyendo que sí, que no te está metiendo ningún farol. Y empiezas a tener un poco de pánico por si de verdad el chico es un maníaco sexual. Sigues hablando con él. La idea de maníaco sexual se disipa. Simplemente es un buen chico. Te sorprendes. Todavía existen los buenos chicos. Pero no te interesa. Se asemeja bastante al tipo de chico que te gusta pero no te interesa para nada. Te pregunta de dónde eres. Tú le dices que eres de padres españoles, nacida en San Petersburgo y criada en Londres. Él se ríe y no se lo cree pero te sigue el rollo. Seguís gritándoos a la oreja el uno al otro por culpa de la música. Él te dice que ama Barcelona, que ha vivido muchos años allí y que tú tienes pinta de ser barcelonesa. Tú le dices que no, que qué manía, que eres de padres españoles, rusa e inglesa. Pero para nada de Barcelona. No conoces esa ciudad, nunca has estado en ella. Te pregunta por tu nombre. Le dices que te llamas Laura y que tienes veintidós años. Él se lleva las manos a la cabeza. Teóricamente te saca trece años. Igualmente os dais la mano en forma de saludo. Él te dice su nombre pero no lo vas a recordar.

La fiesta se acaba. El chico te invita a otra discoteca. Son las cinco de la mañana. Aceptas. Te vas sola con el chico y sus amigos al segundo club. Caminas por las calles de Berlín, el cielo parece despejado. Es posible que por fin salga el sol. Llegas a la discoteca número dos. El chico te invita a una Coca Cola porque tú no tienes dinero. Seguís hablando. Ahora habláis de cine. Descubrís que tenéis una pasión en común. Entonces te empieza a dar un poco de pena. ¿Por qué le estás mintiendo? ¿Por qué no le dices la verdad? Te das cuenta de que permanecer en el anonimato es un poco proteger a tu corazón. Esta noche quizás se enamore Laura, pero jamás Tú. Las horas pasan, tú sigues hablando con él. Parece que os caéis bien. Al final él bromea con el catalán. Se equivoca a posta. Y tú le corriges. ¡ZAS! Pillada. Ya no hay vuelta atrás. Tienes que admitir que eres de Barcelona.

De nuevo, se acaba la fiesta y decidís volver a casa. Él dice que te acompaña. Tú le dices que se olvide de cualquier intención, que aceptas su compañía pero que quede claro que eso no significa ninguna invitación encubierta a pasar la mañana contigo. Camináis por Kreuzberg. El sol está empezando a salir. Os paráis en medio de Skalitzerstrasse y le sacas una foto al amanecer que luego colgarás en Facebook. Os quedáis un rato parados tomando el sol. Te sigues manteniendo distante. Él habla y habla y habla. Y tú sólo piensas, piensas, piensas. Sonríes, asientes, contestas. Al final te acaba dando pena y le dices que tienes veinticinco años. Él se lleva una mano al corazón y suspira. Menos mal, dice, solamente te llevo diez años. Sus amigos alemanes, que hasta ahora iban caminando a cien metros por delante, se despiden de vosotros. Te miran raro y no lo entiendes. Bah, piensas, son alemanes. Le dices de coger el metro, obviamente, pero él insiste en ir en taxi. Así que ok. Accedes. Paga él. De acuerdo.

De camino a casa, él sigue hablando y diciendo preciosidades que tú ya sabes sobre Barcelona. Le dices "vale ya, por favor, estoy intentando integrarme en Berlín y no me ayuda que hables tan bien de Barcelona". Él te pide perdón. Y sigue hablando de cuán encantado está de conocerte. Tú sigues sin hacerle caso. Estás acostumbrada a estar sobrevalorada cuando estás en el extranjero. Él sigue hablando, te mira, sonríe. Y tú sigues sin poder mantener la mirada más de tres segundos seguidos porque sientes que algo no funciona. Tu cabeza está en otro sitio. Pero el chico no está mal, es interesante y no quieres perder la oportunidad de conocer al posible amor de tu vida que ahora se está comportando tan bien contigo. Mientras miras por la ventana, el chico te coge de la mano. Os quedáis mirando. Y se acerca para besarte. Tú no sabes lo que estás haciendo. Es como si tu cuerpo actuara de una manera y tu cabeza de otra. En realidad no quieres estar ni en este taxi. En realidad... tú sabes bien lo que quieres en realidad. Intentas disimular si se te empañan los ojos en lágrimas. Llevas toda la noche pensando en otra persona. Tienes la cabeza en otro sitio. ¿Por qué deberías pensar en él? ¿Es que acaso él no estará haciendo lo mismo? ¿Es que acaso él te ha demostrado alguna vez más interés que este pobre sueco que ni siquiera sabe tu nombre? Llegas a la conclusión que no. Que la persona que tanto resuena en tu cabeza no se merece mucho más que un pequeño recuerdo. Y es por eso por lo que ahora estás aquí, intentando dejarte seducir por este sueco tan pesado. En ningún momento se te pasa por la cabeza cómo es posible que un hombre de treinta y cinco años esté soltero. Es tan poco lo que te importa, que pensar en su vida es lo de menos. El sueco repite la operación del beso unas tres o cuatro veces más. Tú le respondes con besos escuetos.

Llegáis al destino. 20 euros. Él paga. Bajáis del taxi y le vuelves a repetir que es muy amable por acompañarte y que esperas que no tenga ninguna otra intención. Él te repite que no, que no, que lo que quiere es estar contigo porque le caes muy bien. Y tú piensas que qué tendrá que ver caer bien y besar... Nunca terminarás de entender por qué los hombres diferencian tan poco la amistad del sexo. Así que llegáis a casa. Él te pide tu número, tú se lo das. Le preguntas que por qué usa internet en el movil si está en otro país. Que le van a cobrar un montón. Él te responde que es el movil de la empresa. Y, por último, te dice ¿tengo que poner Laura o me vas a decir tu nombre de verdad? Le dices tu nombre de verdad. Os despedís. Quizás mañana os volváis a ver. 

La puerta del edificio se cierra a tus espaldas mientras tú subes las escaleras del rellano confundida. Te sientes culpable. No sabes por qué el chico no termina de gustarte. Y tampoco entiendes muy bien su actitud. Piensas que igual los de la generación de los 70's actúan de manera diferente a los de los 80's y 90's. Quizás son más caballeros, más respetuosos, más románticos. En fin. Llegas a casa. Duermes. Y cuando te despiertas, él te ha enviado un mensaje deseándote buenas noches. Jamás le contestarás. 

A lo largo del día, su nombre te da vueltas en la cabeza. Recuerdas que en la segunda discoteca, te pidió tu email y te envió un mensaje con el siguiente texto "San Petersburgo-London-Candem". No entiendes por qué te pidió el email antes que el móvil. Como no recuerdas muy bien su cara, decides mirar el remitente para averiguar su nombre completo. Y en Google tecleas su nombre y apellido. Estupendo. Lo encuentras en Facebook, Twitter y Linkedin. Y sin saber por qué, miras su perfil de twitter. Ves un montón de tweets. En varios de ellos escribe "soy sueco, casado con una colombiana, blablablablabla". Y tú te quedas mirando la pantalla como una idiota. Empiezas a atar cabos. Y entiendes por qué su español tenía acento colombiano, por qué sus amigos te miraban raro, por qué te pidió el email antes que el móvil, por qué aún cuando te pidió el móvil, usó siempre el de su empresa... Y piensas en qué hubiera pasado si hubieras decidido invitarle a tu casa. Piensas en lo culpable que te sentiste por utilizarlo un poco, por darle cuerda cuando ni siquiera te interesaba. Piensas eso, y muchas otras cosas. Piensas en la persona que ha estado ocupando toda la noche tu cabeza. Piensas en él. Quieres estar con él ahora mismo. Ya no te sientes culpable de nada. Y te sientes súper orgullosa de haber llegado a casa en taxi sin haberte gastado ni un duro. 

El mensaje de texto sigue ahí. El email también. Y tienes unas ganas enormes de escribirle diciendo: gracias por pagarme el taxi, a personas como tú en lugar del dinero habría que sacarles el corazón. 

Berlín 1º (juro que esta mañana hemos llegado a los 7º). Barcelona 13º.

Objetivo: no pensar. 

Willkommen. Das ist MadeinBarna. 

4 comentarios:

  1. Ni una linea me dedicas... desde luego... No te vuelvo a sacar de fiesta!!! jajajaja :P

    Ya que tienes la suerte de saber lo que quieres! A por ello! :D Mañana al aeropuerto!!!

    ResponderEliminar
  2. Te entiendo totalmente, a mí me ha pasado exactamente lo mismo... y la que termina comiéndose el coco eres tú, cuando tu de su vida ni sabes ni dejas de saber, el que sabe y ha actuado así es él... pero supongo que las chicas estas cosas las llevamos más sentidas... buen blog, m'agrada.

    ResponderEliminar