29. Cada día es un domingo de Plaza Cataluña.

Berlín es una ciudad fea. Puede que a alguien le guste porque, contra gustos, no hay nada escrito. Pero objetivamente, Berlín es una ciudad fea. Y sucia. Aunque los primeros días de nieve, siempre parece mucho más bonita de lo que es. El manto blanco cubre todas las imperfecciones de la ciudad (quizás sea precisamente su imperfección lo que la hace atractiva y especial) brindándole una pureza y claridad que levantan el ánimo, entre montones de carteles fluorescentes que se caen por su propio peso de todas las paredes; y mierdas de perro congeladas debajo de la nieve. El viento helado de los días de invierno corta la piel y el vaho de tu respiración se congela en la bufanda que te cubre prácticamente toda la cara. Pero no pasa nada porque son estas pequeñas cosas las que te hacen sentir viva. Sigues sin saber qué esperas de la vida, o más bien qué esperan los demás de ti. Sigues confundiendo si tus objetivos están marcados según tus verdaderas inquietudes o si sólo responden a un individualismo despiadado y a un sentimiento continuo de éxito y admiración. Piensas que Berlín no está demasiado lejos cuando se trata de escapar. Pero piensas de nuevo: no importa lo lejos que vayas si se trata de escapar de ti misma.

Cada vez que pisas el suelo alemán, nada más salir del avión, tienes la sensación de abandono. A tu suerte te quedas al manejo de una sociedad a la que no entiendes y que no te entiende. Y nunca mejor dicho. Y en sus manos queda tu futuro. En las manos de sus políticos se queda tu futuro, porque los que gobiernan en tu país te entienden menos que la cajera del Penny de Kottbusser Damm.

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